Ese hombre de rostro agradable y suave y de sonrisa dlce y contagiosa, paso a mi lado, se detuvo y con voz serena me llamó a las filas de sus muchos y felices seguidores.
Me pidio que yo fuera sus ojos, para que con ellos viera el profundo sufrimiento de la mayor parte de la humanidad.
Me rogo que fuera sus manos para que se las extendiera amorosamente a todo aquel, vacío de cariño que vaga por el mundo.
Me suplico que fuera sus pies, para que asi recorriera los rincones mas apartados del planeta con un mensaje de paz y esperanza.
Me invito a que repitiera sus acciones y palabras a dondequiera que fuese.
Y yo acepte gozosamente, pues El era nuestro Señor.